jueves, 9 de marzo de 2017

ruptura o reforma

RUPTURA O REFORMA
Reconócelo, no tengas vergüenza, si eres una de las centenas de personas que leen este blog seguramente hayas visto varias veces el video de Evaristo entrevistado en la ETB en el que hablaba de que hubo un momento en la Transición que tuvimos que elegir (los que vivían y tenían ya una determinada edad) entre ruptura y reforma. De hecho, de un tiempo a esta parte, pareciera que en suelo peninsular esta dicotomía se refiera en exclusividad a ese periodo de transición modélica que lo mantuvo todo igual con el cambio de nombre de cuatro calles en algunos pueblos y ciudades. “Se optó por la reforma y ahí tienes, 40 años de franquismo más que te has comido” Evaristo dixit.


Sin embargo mi intención es ir más allá, hacia la eterna disputa entre reformistas y revolucionarios. Aprovechando que en Euskal Herria una importante parte de la población lleva más de 6 años imbuida en este debate, dando pasos hacia algún sitio que no tenemos muy claro, voy a dar mi opinión sin que nadie me la pida, porque si espero sentado es probable que termine con llagas en los glúteos.  
Como previa tengo que confesar que provengo, o empecé mi militancia en el movimiento revolucionario, más en concreto en el anarquismo anti-represivo y abolicionista de las prisiones, y que este post puede herir sensibilidades. ¡Déjalo aquí, si continúas leyendo es tu responsabilidad!
La idea básica de cualquier movimiento revolucionario es que el sistema dominante no va a caer por sí mismo, ni es posible su reforma más allá de cambios estéticos, y que por tanto, ha de ser la sociedad organizada la que lo tumbe y establezca un modelo radicalmente diferente. “…No tenemos miedo a las cenizas, los obreros hemos construido las obras del mundo y podemos volver a hacerlo…” B. Durruti. Funcionó, con mayor o menor éxito, a finales del XIX y primera mitad del XX (de Europa hablo). Sin embargo, para que un proceso revolucionario enraíce se necesitan dos ingredientes fundamentales; una sociedad concienciada y organizada, y una constante práctica o gimnasia revolucionaria.
El éxito de las políticas reformistas en la segunda mitad del siglo XX, el llamado capitalismo de rostro amable, que pretendía hacer de contrapunto al bloque comunista, supuso la desmovilización mayoritaria. Al tiempo que la práctica revolucionaria quedaba relegada a los márgenes de la sociedad. Y aquí un inciso. La práctica revolucionaria no es sólo la preparación y/o la lucha, o el mantenimiento de una tensión constante en las calles, tal y cómo parece querer limitar muchos movimientos actuales que se ponen el sello de revolucionarios. La gimnasia revolucionaria es, sobre todo, la capacidad social de crear economías alternativas y funcionales, de crear modelos autogestionados, sistemas de producción integrales… etc. Demostrar con la práctica que aquello que defendemos no es utopía sino que se puede palpar.
Los autoproclamados revolucionarios actuales, o al menos la mayoría, están tan pendientes de mantener esa supuesta pureza revolucionaria que prefieren mantenerse en esos márgenes antes de compartir lucha con procesos reformistas cercanos. Sin embargo, esa “pureza” provoca que sus acciones no sean socializadas, que no permeen en la sociedad, y por lo tanto, hace imposible la propia revolución. Así terminas con la sensación de pasarte la vida golpeando tu cabeza contra un muro inamovible.
Es necesario, por tanto, una búsqueda constante de complicidades con procesos reformistas cercanos a las ideas más rupturistas, algo que en Euskal Herria siempre ha existido. Es imprescindible generar espacios que faciliten la irrupción de esas prácticas revolucionarias, que, utilizando las propias herramientas del enemigo, las protejan hasta que estas maduren.
Un ejemplo. No se trata de llegar al gobierno ficticio de una democracia burguesa y legislar para dar marchamo de legalidad a la okupación, ya que esto no solucionaría el conflicto de la visión contrapuesta de la vivienda como propiedad-derecho y limitaría la percepción revolucionaria de estas acciones al establecerse dentro del sistema. Pero sí es importante que no sean reprimidas.

No nos engañemos, los procesos revolucionarios, o las políticas revolucionarias tuvieron más desarrollo en la II República, que durante la dictadura de Primo de Rivera. No podemos pues, defender la idea de que “cuanto peor, mejor”. En una situación como la actual es imprescindible impulsar la gimnasia y práctica revolucionaria, al tiempo que se abona, desde las instituciones, el terreno para que estas arraiguen. Dicho de otra forma, es improbable llevar el sistema al punto de ruptura si previamente no lo hemos tensado al máximo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario