HOLOCAUSTO
TRUMPNIVAL
Queridos
amigüitos, hoy es el día. Todos los astros confluirán a la hora señalada, en el
lugar indicado, y veréis cuatro jinetes salir al son del acordeón del nuevo
César, mientras se desatan las siete plagas, la tierra se abre y lenguas de
fuego caen del cielo. El olor a azufre lo impregnará todo, y sabréis
entonces, queridas amigas, que vuestro fin está cerca. ¡Arrepentíos ahora o
sufrid para siempre! Pues cuando escuchéis las Trumpetas será tarde. Hoy es el
día del apocalipsis, hoy es el día en el que invisten a Trump en la metrópoli
imperial.
Trump, ese
bocazas de piel zanahoria y paja por cabellera. Multimillonario aunque
menos. Amigo del monstruoso masha siberiano. El del ático dorado. El misógino
racista. Hoy, a las 12, hora imperial, tomará posesión de su cargo para ser el
cuadragésimo quinto (45º) presidente de los Estados Unidos de América y ahí se
terminará todo. Lástima.
Será el
final de una época de paz y prosperidad como jamás haya conocido el ser humano.
Sin guerras, sin amenazas nucleares, sin pobreza ni desigualdad, sin racismo.
Será el fin de “la Era” con mayúsculas. Y eso acojona, lo reconozco. Con Trump
volverá todo lo malo del mundo y olvidaremos los éxitos de sus predecesores. No
recordaremos Irak, Libia, Siria. Ni a Allende, ni la Contra nicaragüense, ni
Vietnam. Añoraremos la
guerra de las galaxias. La de Reagan, que las de Lucas siempre vuelven a
casa por Navidad. Nos olvidaremos de aquel primer presidente negro que le
precedió y con el que terminaron los
crímenes racistas de la policía. Hoy a las 12 horas será el fin del mundo y
a mí me pillará currando.
¡Vaya por Dios! Al menos podían haber
tenido la deferencia de hacer la investidura en domingo, con los centros
comerciales abiertos y tal. Y la pregunta siguiente es saber a qué hora
declarará la Guerra, la grande, la con mayúsculas, esa que nadie quiere. Motivo
por el que durante los últimos años se han aumentado los gastos militares en
todo el mundo, para evitarla. Cómo para evitarla están muriendo, solos y sin
ayuda, diplomáticos rusos, y se llenan de tanques las fronteras orientales de
Europa.
Trump es lucifer, luzbel, belcebú, el maligno, el leviatán,
satán, el demonio, el diablo, y aquí huele a azufre que dijera el digno
comandante en el estrado de las Naciones Unidas, después de hablar el Santo
Bush. Y todavía no ha empezado su mandato y yo ya echo en falta a Nikita khrushchev aunque
sea políticamente incorrecto hablar de la URSS.
Sea como fuere, está claro que Trump
no puede ser santo de la devoción de nadie, pero yo, ¡qué queréis que os diga! No
me siento ni más ni menos intranquilo. Que el mundo se va a la mierda no es
algo que no sepamos todas aquellas personas que estamos decididas a cambiarlo.
Y para quienes quieren seguir por estos derroteros el verdadero riesgo son los
buenos, aquellos que luchan toda una vida y son imprescindibles. Trump no es
sino el resultado de un cocktail explosivo que ellos mismos han preparado. Al
igual que Hitler lo fue de su tiempo. Y ya lo dijo Durruti, para acabar con el
fascismo hay que derrotar a la burguesía. Pero bueno, qué voy a saber yo si soy
parte de esa inmensa minoría que no tiene voz, porque hace tiempo que nos la
han robado.
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