martes, 19 de noviembre de 2013

El silencio gallardoniano


EL SILENCIO GALLARDONIANO



            Hoy, que todos hablan de la nueva reforma del código penal del ilustre Fachardón, a mi me apetece hablaros de mi padre. Porque eso es lo que tiene la asociación de ideas. Y porque para mí, esta reforma me recuerda a mi familia, que le vamos a hacer.

            Mi padre es un hombre nacido en el declive del IIIReich, cuando en estos lares el exterminador de las patas cortas todavía no había comenzado a inaugurar pantanos inmerso  como estaba en llenar fosas. En un pueblo perdido de la arcaica Galiza rural, a caballo entre Portugal y España, con la única industria del estraperlo. Con pocos años vio como su hermana se casaba con un Guarda Fronterizo de la PIDE y se iba a vivir a Porto. Al tiempo que él, con su madre se trasladaba a Ourense.

            Fue mi padre trabajador de temprana edad, transportando masa y ladrillos con 11 años, viviendo o malviviendo en el extrarradio. Acostumbrándose a la vida en color sepia del franquismo.  A bajar por las cuestas de O´cumial con su cuadrilla en grupos de 3  para evitar ser detenidos aunque su único delito fuera ser joven y querer disfrutar de la vida, unas películas de vaqueros en la sesión continua desde el gallinero mientras escupían pipas a los “adinerados” sentados abajo en la platea y comer un bocadillo de orella antes de volver a su casa por carreteras empinadas y vacías. Conoció el silencio obligatorio.

            Emigró a Suiza y de allí a Gasteiz para ser testigo de los asesinatos del 3 de marzo. Y  con ese bagaje entró en la “democracia”. Callado y reservado. El silencio es virtud cuando el miedo lo inunda todo, cuando has vivido que todo es ilegal o pecado. Evitando el posicionamiento político. Esquivando las preguntas incómodas que su hijo le hacía al pasar por fábricas con muñecos colgados en las paredes durante la crisis de los 80. 5 años de paro, pobreza y miseria en una Zaramaga decadente, Bronx vitoriano.

            Vio y vivió, no sin temor, como su hijo se formaba políticamente. Y lo vigiló de lejos. Ni un reproche, pero sí miedo. “Ten cuidado donde te metes”. Instinto de protección.

            Estrenamos el Mercado Común y la libre circulación de personas haciendo un viaje a Porto, a Leça da Palmeira a ver a mis tíos. Habían pasado años de la Revolución de los Claveles, el PIDE había sido sustituido por la Guardia Nacional Republicana, y mi tío había sido trasladado a funciones de cuartel. Allí, al cuartel de la GNR en Porto fuimos a visitarle y al bajar del coche, ya en el interior mi padre se volvió hacia mí con una amplía sonrisa; “Hijo, aquí puedes gritarlo sin miedo ¡Viva la República!” No sé si mi padre es republicano, sinceramente no lo creo, pero en ese momento pude ver en sus ojos el brillo de un niño que hace por primera vez una travesura, y entender un poco más que han supuesto 40 años de obscuridad para toda una generación.

            Hoy mi padre es un hombre más libre, aunque comparta o no sus ideas, se ha ido liberando poco a poco de las cadenas impuestas. Porque al contrario de lo que nos han querido enseñar, nadie se acuesta monárquico y se levanta republicano, ni se pasa del fascismo a la democracia en una transición tramposa y falseada. Las ideas como las frutas maduran con el sol, y en el Estado fallido que es el Reino de España el sol ha sido ocultado mucho tiempo por gentes que cantaban y cantan frente al mismo con el brazo en alto. Por eso, para mí, ahora que miles de mentes sesudas analizan el despropósito Gallardoniano, me resultan mucho más sabias y enriquecedoras las palabras que mi padre utilizó ayer durante la comida para describirlo; “no se puede esperar que los que nunca se han ido hagan otra cosa, nunca les ha gustado la libertad”